jueves, noviembre 19, 2009

Sebastián.

Sólo mira el suelo.
La mirada perdida de las personas lo desconcierta y no mira nada más que la punta de sus zapatillas de lona, rotas, desteñidas.
Su padre, mi padre abandonó a mi mamá cuando yo aún estaba dentro de ella, y crecí como muchos con madre y padre dentro de una pura mujer.
Me alejaron de mi sangre y yo sólo quería alejarme de él, y sentí como si el mar estuviera tan enojado que comenzara a comer peces.
Ojitos negros, piel morena, pelito crespo, tan negro que la oscuridad lo envidia.
Cuerpito delgado, figura tímida como me gustaría que estuvieras hoy acá.
Nos despojaron de lo único que teníamos, nos despedimos y como si tuvieramos maletas en las manos, emprendimos rumbos distintos.
Y así pasaron días, meses y años, y comencé a extrañar una parte de mi que nunca tuve, una parte de mi que me robaron. Y cada vez que miraba las estrellas, cada vez que miraba el cielo a esa hora en que se llena de pasión y el azul desaparece, pensaba en ti; sabía que tu también lo hacías, que tu también te preguntabas el por qué.
Santiago se siente tan solo sin ti, sin tu olor, sin tus ojos cuando me miras.
Pregunto en las calles si alguien vio un dinosaurio con algas por pelo; nadie responde, a veces pienso que te imaginé. Tú no eres de esta historia, me pregunto si las ganas de tenerte me hicieron imaginarte, pero te siento tan tangible.
Sebastián, eres parte de mi corazón de melón, eres parte de mis recuerdos y de mis sueños, eres el hermano que siempre deseé tener y que por fin encontré.

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